Y después de una tórrida batalla cuando estaba emprendiendo el viaje hacia nuevos horizontes, el sonido de los cuernos de guerra de mi castillo surcaron los aires.
Sin demora y presto al combate di media vuelta y me dirigí a mi imperio, ese que solo es conquistado a través del amor, y me postré frente a él; un mensajero corría presto por el viejo campo de batalla con pergamino en mano, al derredor, no parecía haber ningún peligro y cuando alcanzó mi posición entregó la nota que contenía fecha y hora para pero no daba más explicación, firmaba... la Reina.
Suponiendo lo peor, volé hacia las comarcas más cercanas y en menos de dos días junté a un ejército que estaba comprometido a dar la vida por el ideal, lo comandé hasta la posición inicial y esperamos, sin descanso sin tregua, gritando vítores, si el enemigo no estaba fuera del castillo estaba dentro.
Como es designio divino el plazo se cumplió, sin demora hice avanzar a mi ejército cuando las puertas se abrieron de par en par, y el grueso de mi ejercito salió sin tardanza del castillo en formación de guerra... -¿Pero qué demonios?- me pregunté, -¡alta traición!- se paga con la vida. Mientras que mi nuevo ejército avanzaba lento pero sin detenerse vi duda y miedo en los soldados que habían salido del castillo, arengados por los generales para la gran batalla, su corazón se amilanaba, así que ordené avanzar con toda la fuerza, sin miramientos, me levanté en los cielos y coordiné el ataque.
Como buen líder el primer combate es mío así que cuando bajé a enfrentar al primer traidor me di cuenta que su espada era de madera pintada de plata, di media vuelta y detuve la embestida, dos víctimas ya habían caído, pero el daño era menor a lo que planeaba.
Un ejército debilitado por el tiempo era quien me iba a enfrentar, no lo entendí, refunfuñé fuego frente a ellos, pero su lealtad hacia mi y la Reina era tal que ninguno dio paso atrás, ordené una explicación y todos callaron por orden estricta de la Reina pero yo no lo sabía, eso me llenó de sed de destrucción. Hasta que el silencio se hizo presente, ese silencio que cala en el alma, el mismo donde no se pueden escuchar ni los mismos pensamientos de uno y abriéndose el ejército en dos dejó pasar a la Reina, quien con desconfianza pero aún con aquel viejo candor de su corazón habló conmigo...
-ni una víctima más por esto, es lo que quiero-
Presto a su deseo, ordené:
-Saludaos ejércitos hermanos porque esta es su tierra y este su reino-
Todo era desconcierto pero obedecieron ipso facto.
-A tu llamado respondo al momento mi Reina-
-¡No más!- aturdido por la noticia supliqué explicaciones.
-¿Por qué?, ¿qué pasó?
-Acompáñame y te lo diré.
-¡Formación de guerra!-, ambos ejércitos combinados se alzaron con aquel viejo vigor con el que lo recordaba, pero ahora era uno solo. -Guardad bien el Castillo mientras volvemos-
Después de eso en las cercanías del imperio caminamos como hace mucho no lo haciamos, más de cinco horas duró esa charla, entre recuerdos, tristezas, alegrías, preocupaciones y gozos, nos dimos cuenta de lo inevitable, la pregunta obligada fue...
-¿Qué quieres hacer?
Tu respuesta...
-Devuélveme lo que fue mío hace mucho tiempo.
-Te la entrego sin rasguño alguno, pero entenderás que la posición que ocuparás después de esto hace imposible tu estancia en el Castillo, seguirás viviendo en mi reino, pero ya no en el Castillo.
-Lo entiendo y eso quiero, pues bien, volvamos.
Frente a nuestros ejércitos me entregaste la espada del reino mismo, y frente a el te devolví la amistad de antaño.
Ambos ejércitos estaban desconcertados, pero mi voluntad y decisión es implacable, aún en estos casos.
-Que se haga presente la guardia personal de la Reina.
Setecientos soldados mostraron su honor y valía casi al instante, sólo los mejores
-Escolten a la Reina a su nuevo hogar, aún a costa de sus vidas, lleven viandas, vinos y licores, siete cofres de oro, lo mejor que tenga el reino a raudales para abastecer su nuevo deseo y cuando eso pase, hagan guardia permanente, ustedes serán mi vinculo con ella.
-¿Donde está mi guardia personal?-, otros 700 hombres hicieron frente a mi pregunta.
-Les entrego la Espada del Reino, pónganla en su sitio original, abastezcan el reino con todo lo que necesite, y cierren el castillo hasta mi regreso, andaré solo nuevamente por el mundo, hay cosas que se deben hacer.
-Una cosa más, gritaste mientras levantaba el vuelo...
-Prométeme una cosa más...
-No mi reina, desde su posición actual, y ya no siendo poseedora de la espada; y no viviendo en el castillo, sus deseos son limitados, escucharé su petición, pero no puedo prometerle nada, pues para mi una promesa es un juramento que se debe cumplir a cabalidad, pero le garantizo la libertad de expresarse conmigo, siempre, sin velos, sin miedos.
-Quiero que me prometas que empezarás a conocer gente nueva, que llenen tu castillo, no mereces mantenerlo cerrado, ábrelo para que alguien más lo habite,
-No se lo prometo, pero lo resolveré...
Así pues ambos abandonamos el campo de batalla para escribir nuevas historias, ya llegará el día en que vuelva a saber de ti y me dibujarás una gran sonrisa...
(continuará) ILL