viernes, 29 de julio de 2016

El anillo del Emperador




Había una vez un emperador extremadamente poderoso y sencillo, al que le gustaba allegarse de personas sabias, así que un día decidió reunir a los más grandes pensadores y sabios del imperio y les dijo:


- He mandado hacer un gran anillo con el mejor de los orfebres, pero quiero guardar dentro del mismo un mensaje que pueda ayudarme en momentos complicados, al cual acudir cuando la angustia y desesperación abracen mi alma, un mensaje tan poderoso que ayude a mis herederos a vivir y sobrellevar dignamente el cargo de dirigentes... pero tiene que ser pequeño, de tal forma que pueda estar oculto bajo el diamante.

Eruditos y grandes sabios se dieron a la tarea de cumplir con el deseo del Emperador, pero la misión no era fácil, buscaron por muchas horas, incluso algunos tardaron días, sin encontrar solución.

Mientras el mensaje estaba siendo dado, un sirviente escuchó por "casualidad" la empresa, él mismo había servido al padre del emperador.

Humilde pero versado, hacía años que se había vuelto confidente del Monarca, por lo que todo mundo lo respetaba.

En reunión privada al caer la noche el Emperador le dijo:

-Viejo amigo, me gustaría que me dieras tú el mensaje, pues aunque hay más diestros en las artes del leguaje que tu, pocos gozan de la pureza del corazón.

A lo que su sirviente y amigo le contestó:

- No soy un sabio como los que comieron hoy en el palacio, ni erudito como los que enseñan en tu imperio, pero creo saber el mensaje.

- ¿De verdad? -preguntó el Emperador-

- Así es mi señor, durante mi larga estancia en tu Palacio, me he encontrado con personas muy dignas, las cuales eran amistades de tu padre, y yo estuve a sus servicios, hubo uno que hace años me entregó el mensaje que tu buscas hoy.


Aquel sirviente tan querido por todos se acercó a la mesa del monarca, escribió un mensaje en un pequeño pedazo de pergamino y le dijo:

- Pero no lo leas, mantenlo guardado como ha sido tu voluntad y ábrelo sólo cuando no encuentres la luz en caminos de oscuridad.

Poco tiempo después el imperio fue víctima de ataques, y el Emperador tuvo que huir de su castillo a todo galope, pues venía perseguido de un grupo cuantioso de enemigos, adentrándose en la espesura del bosque intentó perderlos, pero aquellos, diestros en el ataque, no dejaban de acercarse. El emperador llegó a un lugar donde no había salida, ya no había camino, y sus enemigos le pisaban los talones, así que abrió su anillo, y sacó el diminuto mensaje que decía:

"PASARÁ"

En ese momento su cuerpo se estremeció, su conciencia del todo fue grande y un silencio profundo lo invadió todo.

Poco a poco empezó a volver de esa introspección que había tenido minutos antes, y se dio cuenta que el crujir de las ramas y el galopar de los caballos, se alejaba, tal vez el enemigo le perdió la pista.

Bajó de su caballo, puso su rodilla en el suelo y agradeció a dios y a su sirviente por tan bello obsequio, aquella palabra lo había reconfortado en momentos de angustia.

Algún tiempo después, volvió a reunir a su ejercito y conquistó sus viejos dominios.

A la entrada del castillo lo recibía el pueblo con vitores, flores, caían pétalos del cielo aventados por su pueblo, la gloria misma se hacía presente en su vida.

Le brillaban los ojos, estaba radiante, altivo, orgulloso de si mismo y de su pueblo, digno de todo lo que la vida le estaba entregando, entre la muchedumbre escuchó una voz que reconoció de inmediato.

- ¡Mi señor!, ¡mi señor!, no olvide el mensaje.

Miró hacia abajo y encontró a su viejo amigo y sirviente, sonriendo.

El emperador, se apeo de su caballo, y tomó las manos de su amigo.

- Creí que jamás te volvería a ver.

- Mi señor, la misión que me encomienda Dios aún no termina, hoy que estas en la cima, hoy que todos te aclaman, debes leer el mensaje del anillo.

- ¿A qué te refieres? -preguntó el emperador-, ese mensaje sólo sirve en tiempos de angustia y desesperación, y hoy estoy viviendo una situación hermosa lleno de euforia, de algarabía.

- Su Majestad. Querido amigo. Ese mensaje no es solamente para tiempos de oscuridad, también para tiempos donde la luz ciega tus ojos, donde el placer es desproporcionado, no sólo en la derrota, sino también en la victoria hay que leerlo.

El Emperador al ver la severidad con la que su siervo le hablaba y la angustia que le provocaba pensar que no lo haría, en su presencia tomó el anillo y leyó el mensaje de nuevo.

"PASARÁ"

Sintió paz y consuelo, entre la algarabía y el festejo.

Cumplida su misión aquel viejo amigo, se despidió del monarca y se retiró, no sin antes decirle al oído cuando se despedían con un abrazo.

- Nada es perpetuo en la vida del ser humano, día y noche, alegría y tristeza, angustia y felicidad, acéptalos como parte de la dualidad natural.

Nada más se supo de aquel viejo sirviente y sabio del emperador, pero lo que si se sabe es que, quien portara ese mensaje, encontraría un equilibrio en su vida.